El llamado “egoísmo familiar” constituye el distintivo definitorio de nuestra cultura política. Abarca una amplia gama de manifestaciones: defraudar a hacienda por la vía que se pueda se considera un acto de lealtad al meollo familiar, asi como resulta imperdonable que el que haya llegado a una posición que le permita hacer favores, no beneficie a parientes y amigos. En la cultura política del norte de Europa estos rasgos son expresión de corrupción manifiesta; en la nuestra, de un comportamiento adecuado a los valores dominantes.
Cuando la situación económica hace a los de abajo cada vez más difíciles los apaños de sobrevivencia, cunde la indignación ante los que se permiten los de arriba, pero en el fondo pensamos que tontos no son los corruptos, sino los que se dejan pillar. Quizás los pueblos tengan los gobiernos que se merezcan.
Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología.
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